miércoles, 25 de febrero de 2015

Rafael R. Cabello-Campos Trujillo comenta la obra de Alice Miller y recomienda algunos de sus libros.

  
Alice Miller, una mirada diferente sobre el perdón.


La primera vez que escuché hablar de Alice Miller fue en mi formación de diafreoterapia. Quien impartía el seminario la presentó como una psicoterapeuta que se había dedicado a escribir sobre un tema tan controvertido como complejo: el maltrato infantil y sus consecuencias en el adulto, pero que su forma de tratarlo era original, no caía en los tópicos y no solo cuestionaba el alcance del maltrato tal y como se había abordado hasta entonces; había ampliando el significado del mismo, dando pistas sobre nuevas formas de maltrato, incluyendo como abuso infantil incluso aquellas actitudes comúnmente aceptadas como cachetes, golpes en las nalgas, gritos o humillación verbal, formas de educar que llamó «pedagogía negra», y se atrevió a meterse en la responsabilidad profunda de los progenitores, incluso legitimando el alejamiento voluntario de los hijos y su no perdón a los padres. 

Años después, a raíz de un paciente que en la primera sesión me preguntó si conocía a Alice Miller y qué opinaba del contenido de sus libros, volvió a aparecer en mi vida. Me explicó que para él era importante que el terapeuta con el que fuera a trabajar la conociera y estuviera de acuerdo con sus puntos de vista. 

Me habló de ella como la gran responsable de sus cambios más profundos, me contó cómo al leerla había encontrado por primera vez alguien que explicaba lo que él había vivido, sentía que por fin alguien le daba un lugar a sus padecimientos sin intentar disculpar a su madre ni sentenciar que para poder pasar página necesariamente tenía que perdonarla. 

Él había escuchado esto tantas veces, no solo de terapeutas, también de su propia familia, de su entorno afectivo… En general proponían las mismas soluciones: el olvido, el perdón; todos, directa o indirectamente, tendían a justificar el proceder de su madre, cayendo siempre en la necesidad del perdón. Él no quería, no sentía perdonar y cada vez que lo expresaba recibía palabras que lo hacían sentirse juzgado sin obtener reconocimiento a su dolor. 

Con Alice Miller descubrió que esta sensación de incomprensión también la habían sentido muchas otras personas. Por fin había encontrado alguien que entendía lo que él sentía, que le daba un lugar a su dolor y legitimaba sin juicios su decisión de no perdonar a su madre. 

Al leerla pude ver cómo a lo largo de su obra extendía con lucidez sus conclusiones a muchos otros vínculos. Explicaba cómo el niño, para ganarse el afecto de sus padres, reprime el odio y la rabia que siente en momentos hacia ellos e, inconscientemente, lo desvía hacia otras personas. 

Miller defiende con vehemencia la responsabilidad de los padres, a la vez que critica a psiquiatras, psicólogos clínicos y psicoanalistas que, por miedo inconsciente a culpar a los padres de los trastornos mentales de sus clientes, caen frecuentemente en el consejo de perdonar a sus padres abusivos, lo cual impide el camino de la recuperación. Al respecto, escribe: «La mayoría de los terapeutas temen a esta verdad. Trabajan bajo la influencia de interpretaciones destructivas sacadas tanto de religiones occidentales como orientales, que le predican el perdón al otrora maltratado niño». El perdón no resuelve el odio sino que lo encubre de manera muy peligrosa en el adulto ya crecido, produciendo chivos expiatorios. Según Miller, los profesionales de la salud mental son comúnmente representantes de la «pedagogía negra». 

Quizás uno de los puntos en que más esfuerzo puso fue el de reivindicar la figura del niño como una víctima, que fuera entendido como tal, frágil, indefenso y expuesto a la voluntad de sus mayores. No hay responsabilidad ninguna en el niño maltratado. El tratamiento de la víctima como tal fue, creo, uno de los puntos de mayor fricción con el colectivo de psicoterapeutas.

Si bien Alice Miller realizó estudios de filosofía en Basilea, doctorándose en 1953, ejerció la profesión de psicoanalista en Zúrich hasta que, desencantada, la abandona para dedicarse por completo a la investigación y divulgación de sus estudios sobre la infancia. Su discrepancia con el psicoanálisis la lleva finalmente a renunciar a la Sociedad Suiza de Psicoanálisis en el año 1988. 

En la introducción de su primer libro, El drama del niño dotado, resume su idea sobre los trastornos mentales: «La experiencia nos enseña que en la lucha contra las enfermedades psíquicas únicamente disponemos, a la larga, de una sola arma: encontrar emocionalmente la verdad de la historia única y singular de nuestra infancia». 

Miller analizó las biografías de Virginia Woolf, Kafka y Hitler, entre muchas otras, encontrando relaciones entre los traumas de su niñez y el devenir de sus vidas. Fue aún más allá y se ocupó de explicar por qué los seres humanos prefieren frecuentemente no conocer su propia victimización en la niñez. 

De los 192 países miembros de la ONU, solo 18 han prohibido pegar a los niños. En los Estados Unidos hay todavía 20 Estados donde están autorizados los castigos corporales en la escuela primaria y a los adolescentes. 

Maltratar a los niños produce no solamente niños desgraciados y perturbados, adolescentes destructores y padres que maltratan, sino también una sociedad perturbada que funciona a menudo de una forma extremadamente irracional. 

Durante los últimos años Alice Miller ha desarrollado un concepto de terapia, que propone a las personas que sufren: confrontarse con su pasado para encontrar la angustia del niño maltratado que fueron, sentirla, traerla al presente y así liberarse. 

A pesar del aspecto trágico de su descubrimiento, este aporta sin embargo opciones positivas y optimistas, ya que abre la puerta de la consciencia, a la percepción de la realidad del niño y, al mismo tiempo, a la liberación del miedo infantil del adulto y de sus efectos destructores. 

En un escrito publicado en el año 2008, Alice Miller detalla en doce puntos su tesis sobre «la raíz de la violencia»:
  1. Cada niño viene al mundo para expandirse, desarrollarse, amar, expresar sus necesidades y sus sentimientos.
  2. Para poder desarrollarse, el niño necesita el respeto y la protección de los adultos, tomándolo en serio, amándolo y ayudándolo a orientarse.
  3. Cuando explotamos al niño para satisfacer nuestras necesidades de adulto, cuando le pegamos, castigamos, manipulamos, descuidamos, abusamos de él o lo engañamos, sin que jamás ningún testigo intervenga en su favor, su integridad sufrirá una herida incurable.
  4. La reacción normal del niño a esta herida sería la cólera y el dolor. Pero en su soledad, la experiencia del dolor le sería insoportable y la cólera, habitualmente prohibida. No le queda otro remedio que el de contener sus sentimientos, reprimir el recuerdo del traumatismo e idealizar a sus agresores. Más tarde no le quedará ningún recuerdo de lo que le han hecho.
  5. Estos sentimientos de cólera, impotencia, desesperación, nostalgia, angustia y dolor, desconectados de su verdadero origen, tratan por todos los medios de expresarse a través de actos destructores, que se dirigirán contra otros (criminalidad, genocidio) o contra sí mismos (toxicomanía, alcoholismo, prostitución, trastornos psíquicos, suicidio).
  6. Cuando nos hacemos padres, utilizamos a menudo a nuestros propios hijos como víctimas propiciatorias: persecución por otra parte legitimada por la sociedad, que goza incluso de cierto prestigio desde el momento en que se engalana con el título de educación. El drama es que la madre o el padre maltratan a su hijo muy frecuentemente para no sentir lo que les hicieron a ellos sus propios padres. Así se asienta la raíz de la futura violencia.
  7. Para que un niño maltratado no se convierta ni en un criminal ni en un enfermo mental es necesario que encuentre, al menos una vez en su vida, a alguien que sepa pertinentemente que no es el quien está enfermo, sino las personas que lo rodean. Es únicamente de esta forma que la lucidez o la ausencia de ella por parte de la sociedad puede ayudar a salvar la vida del niño o contribuir a destruirla. Esta es la responsabilidad de las personas que trabajan en el terreno del auxilio social, terapeutas, enseñantes, psiquiatras, médicos, funcionarios o enfermeros.
  8. Hasta ahora, la sociedad ha sostenido a los adultos y acusado a las víctimas. Se ha reconfortado en su ceguera con teorías que están perfectamente de acuerdo con aquellas de la educación de nuestros abuelos, y que ven en el niño a un ser falso, con malos instintos, mentiroso, que agrede a sus inocentes padres o los desea sexualmente. La verdad es que cada niño tiende a sentirse culpable de la crueldad de sus padres y, como a pesar de todo sigue queriéndolos, los disculpa así de su responsabilidad.
  9. Hace solamente unos años se ha podido comprobar, gracias a nuevos métodos terapéuticos, que las experiencias traumatizantes de la infancia, reprimidas, están inscritas en el organismo y repercuten inconscientemente durante toda la vida de la persona. Por otra parte, los ordenadores que han grabado las reacciones del niño en el vientre de su madre han demostrado que el bebé siente y aprende desde el principio de su vida la ternura, de la misma manera que puede aprender la crueldad.
  10. Con esta manera de ver, cada comportamiento absurdo revela su lógica, hasta ahora oculta, en el mismo instante en que las experiencias traumatizantes salen a la luz.
  11. Una vez conscientes de los traumatismos de la infancia y de sus efectos, podremos poner término a la perpetuación de la violencia de generación en generación.
  12. Los niños cuya integridad no ha sido dañada, que han obtenido de sus padres la protección, el respeto y la sinceridad necesaria, muy probablemente se convertirán en adolescentes y adultos sensibles, comprensivos y abiertos. Amarán la vida y no tendrán necesidad de ir en contra de los otros ni de ellos mismos. Utilizarán la fuerza para defenderse, respetarán a los más débiles y, en consecuencia, a sus propios hijos, porque habrán conocido ellos mismos la experiencia del respeto y de la protección, y será este recuerdo y no el de la crueldad el que estará grabado en ellos.
Alice Miller nos deja su legado en sus libros; a mí personalmente me ha servido para acompañar con más comprensión y escucha, y lo he recomendado a no pocos pacientes, a quienes en la mayoría de los casos les ha dado cuando menos una clave para la mejor comprensión de su historia.

Alice Miller nació el 12 de enero de 1923 en Leópolis (Ucrania) y falleció el 12 de abril de 2010 en Saint-Remy-de-Provence (Francia).
 
 
Algunos de sus libros recomendados
                                                    
·        El drama del niño dotado y la búsqueda del verdadero yo (1979), Tusquets, Barcelona, 2008.
·        Por tu propio bien: Raíces de la violencia en la educación del niño (1980), Tusquets,2009.
·        La llave perdida (1988), Tusquets, Barcelona, 2002.
·        El saber proscrito (1988), Tusquets, Barcelona, 2009.
·        La madurez de Eva (2001), Paidós, Barcelona, 2002.
·        El cuerpo nunca miente (2004), Tusquets, Barcelona, 2007.
·        Salvar tu vida (2007), Tusquets, Barcelona, 2009.


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